Sydney Lumet elige una localización única para esta gran película de de 1957. |
Este post está dedicado a esas películas que consiguen mantener al espectador pegado a la historia y a la pantalla. La razón es la falta de historias a la que nos tiene últimamente el cine condenados. Hoy en día el cine cuesta mucho, que si steady cams, que si efectos especiales, grúas, permisos para cerrar la Gran Vía madrileña, gabinetes de producción que encuentran localizaciones en los palacios más antiguos de la recóndita Rumanía para pagar menos decorados... y por otro lado ¡ala! a volar en primera clase a todo el equipo desde el estudio a través del atlántico por un poco más de "naturalidad". Antes el cine se rodaba con lo que se tenía, y si no se podía negociar, pues se rodaba con un poco menos, pero se hacían películas con grandes guiones y grandes artistas, la ecuación funcionaba y las salas se llenaban.
Hoy no, hoy el espectador busca sensaciones extremas (aka efectos especiales) o la vida misma (localizaciones recónditas y, curiosamente, también efectos especiales). El ingenioso realizador británico Danny Boyle ha conseguido una curiosa combinación de ambas encaramándose a una historia real con gancho al más puro estilo de Capote en su A Sangre Fría. Nos ofrece estos días en pantallas, 127 Hours, una historia de lugares estrechos y de minimalismo narrativo, acompañado además de high tech, no solo del mundo del trekking, pero también algunos discretos pero eficaces efectos especiales –lo que no quiere decir que el rodaje fuera sencillo o los costes bajos, sino echad una mirada al siguiente artículo–.
El desfiladero y la piedra. 127 Hours |
A parte de esta –también– sencilla moraleja, aprendemos que a veces con un elenco de uno, una localización única (aunque se trate de una reproducción de cartón piedra), y unos cuantos ganchos de alpinismo conseguimos que una historia trepe en complejidad y nos sumerja hasta que nos sacan de ahí en helicóptero..
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